La Escuela La Isla (Talgante) tiene como una de sus metas ayudar a niños y jóvenes con discapacidad cognitiva a contar con herramientas para insertarse en el mundo laboral y no quedar «a la deriva». Por eso se entusiasmaron con el proyecto que obtuvieron con el Fondo Descúbreme. Hoy los jóvenes son panaderos y pasteleros de primera.
Cuando las personas con discapacidad cognitiva terminan la escuela especial quedan, simplemente, en el aire. Es que después de los 26 años, edad límite permitida por el sistema público para recibir educación de este tipo, muchos jóvenes quedan sin herramientas suficientes para integrarse a la sociedad.
En esto pensaron las tías de la Escuela Especial La Isla de Talagante quienes, año a año, veían cómo sus alumnos egresaban sin la capacidad de hacer algo por sus vidas. De ahí que decidieron aceptar la invitación de Fundación Descúbreme a postular a fondos para financiar el proyecto de «Preparación para la vida laboral».
Carolina Cifuentes, coordinadora del proyecto, cuenta que cuando recibieron el llamado se entusiasmaron principalmente pensando en sus jóvenes: «Ellos salen de la escuela y quedan en tierra de nadie. No tienen la capacidad de hacer nada, ninguna empresa les brinda una oportunidad. Por eso quisimos abrir un poco las puertas generando un trabajo para ellos, dándoles las herramientas necesarias y, en paralelo, buscando empresas que nos ayudaran».
Preparándose para la vida laboral
El objetivo de este proyecto es desarrollar habilidades sociolaborales que permitan a los alumnos y alumnas mayores de 18 años, con discapacidad cognitiva, insertarse en el mundo del trabajo en óptimas condiciones. Para ello, y con la finalidad de fomentar su autonomía personal a través de un puesto de trabajo, se le entregan las herramientas necesarias para que aprendan a trabajar como panaderos y pasteleros.
Hasta el momento todo ha funcionado como se había planeado. «Con los primeros fondos que recibimos compramos todo lo esencial para comenzar. Tenemos a 15 niños en el taller y ya logramos insertar a uno en una empresa. Fue la panadería O’higgins de Talagante la que creyó en nosotros y nos brindó la posibilidad de insertar un alumno dentro de sus locales y que éste cumpliera un rol específico. Aún no termina el taller, pero cuando termine le van a hacer un contrato de trabajo como a cualquier persona normal», cuenta Carolina.
Para las tías que trabajan en la escuela éste es un gran paso, porque justamente uno de sus principales objetivos es lograr convencer a las empresas de que estos niños pueden. «Lo que pasa es que las empresas temen a que estos niños no cumplan con las funciones y no creen en ellos. Entonces nosotros queremos hacer que ellos crean en nuestros alumnos a partir de un alumno que esté inserto en una empresa y así empezar a transmitir al resto que nuestros alumnos sí pueden y que tienen las habilidades», agrega Carolina.
Y qué dicen los jóvenes
Cuando los jóvenes están en el taller «se creen el cuento». Los implementos deben estar todos en su lugar y nadie puede entrar sin su gorra y manos impecablemente limpias. Son muy profesionales. Es que, según lo que cuentan las tías, se sienten grandes. El hecho de saber que pueden participar en una empresa los hace sentirse importantes, con una responsabilidad, a la que no van a fallar.
Y esto se transmite también a sus familias. «¡Los apoderados están contentos! En la reunión que tuvimos hasta lloraron de la emoción, porque ellos creían que sus hijos nunca iban a optar a lograr algo así, entonces es muy emocionante», cuenta Carolina.
Y así lo reflejan ellos mismos:
** «Yo acá en el taller hago pan y lo que me manden a hacer las tías. Estoy súper contento porque ya estábamos aburridos de hacer otras cosas. Además que las cosas que hacemos las vendemos» (Luis Eduardo, 23 años).
** «Estoy contento con este taller porque antes nosotros queríamos cocinar pero no podíamos porque la tía tenía miedo que nos quemáramos, pero ahora aprendimos a hacer todo sin que nos pase nada. Yo soy el encargado de la máquina para amasar. (Ricardo, 19 años).
** «Acá en el taller hacemos pan y pasteles y a mí me toca a veces poner el pan en las cajitas. ¡Me gusta cocinar! Nos gustaría que cuando tengamos el cartón, si necesitan panaderos, nosotros vamos para allá, a trabajar» (Bastián, 20 años).