Los padres de hijos con alguna discapacidad cognitiva hemos tenido la gran oportunidad de adquirir una sensibilidad diferente. Entre otras cosas, tenemos la certeza que podemos superar todas las barreras y, con esfuerzo, lograr nuestra gran meta.
Matilde Vergara de Viollier*
¿Qué sucede con nosotros? ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo aprendemos a vivir junto a nuestro hijo o hija que no es igual a los demás? Estas son algunas de las interrogantes que todos los padres de un niño o niña con algún trastorno del desarrollo o discapacidad cognitiva más temprano que tarde nos hemos planteado.
Los papás y mamás de niños, jóvenes o adultos con esta condición de algún modo también pasamos a ser especiales y distintos. Somos papás que nos hemos visto desafiados a reinventarnos cada día, tanto para educar a nuestros hijos sin necesidades especiales, como para apoyar, exigir y comprender a nuestros hijos con dichas necesidades. Y así aprendemos a tratarlos de un modo especial. En mi caso, conseguir que nuestra hija avance un poquito más, que se valga por sí misma, que sea autónoma, en definitiva, que se sienta más feliz y aceptada, son pequeños logros pero muy importantes.
Lo que para otros es rutina, para una persona con discapacidad cognitiva es un gran logro.
Los padres somos los primeros observadores de los comportamientos, gustos y deseos de nuestros hijos, intérpretes de sus inquietudes y miradas. Tratamos pues de convertir sus deseos en realidades y, aunque a veces ellos no sepan o puedan expresarlos, descubrimos gestos que nos permiten comunicarnos con ellos y descubrir lo que llevan adentro.
Somos padres que hemos tenido la gran oportunidad de adquirir una sensibilidad diferente; sabemos lo que queremos -aunque no siempre tenemos claro cómo conseguirlo- y tenemos la certeza que podemos superar todas esas barreras y, con esfuerzo, lograr nuestra gran meta que es la confianza en nosotros mismos, en los demás y muy especialmente en nuestros hijos.
En mi caso personal, un gran paso en ese camino fue pensar en el desarrollo integral de nuestra hija, en encontrar un lugar adecuado que le entregue lo que realmente necesita. Fue un proceso difícil, pues implicó cambiar la hija de nuestros sueños por la hija que Dios nos dio.
Así llegamos al Colegio El Golf, donde hemos visto a nuestra hija acogida, respetada, realizada, con una mejor calidad de vida. En él se le exige todo lo que puede dar, recibe cariño con límites claros, un lugar que le presta oídos cuando lo necesita, que le entrega los valores que le permiten ser un aporte a su entorno, y que nos ayuda a descubrir el enorme y precioso mundo que esconde y que muchas veces no sabe expresar.
Hoy nuestra hija tiene sus amigas, sus talleres, un mundo propio y sus propias metas lo que se traduce en una mejor calidad de vida para todo nuestro grupo familiar, experiencia que queremos compartir como apoyo y esperanza para quienes estén viviendo lo que nosotros nos tocó vivir.
*Matilde Vergara de Viollier es apoderada del Colegio El Golf
Las opiniones expresadas en esta sección buscan ampliar las miradas sobre los temas de inclusión, diversidad funcional y discapacidad cognitiva. Estas opiniones son de responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento de Fundación Descúbreme.