Este dos de abril se conmemoró el Día Mundial del Autismo, una fecha que nos invita a conocer más acerca de esta condición y a cuestionarnos la manera en que nos relacionamos con aquellas personas que conviven en nuestros entornos laborales y personales, más aún cuando somos una sociedad que aspira a ser más justa, equitativa y que de mayores oportunidades.
Quizás una de las mayores barreras al momento de generar la integración de las personas con autismo, está en la preexistencia de prejuicios y estereotipos, que determinan en el imaginario lo que pueden o no pueden hacer. No es extraño escuchar frases como: “las personas con autismo no tienen sentimientos”, “son todos super inteligentes” o “no tienen habilidades sociales”, sin embargo, estas etiquetas responden a generalizaciones que no necesariamente son reflejo de la complejidad de esta condición, y que por ende nos limitan a todos.
El término autismo proviene de la palabra griega eaftismos, que significa “encerrado en uno mismo”, y es parte del grupo de trastornos del espectro autista (TEA), cuyos síntomas pueden oscilar desde leves hasta muy severos. Si bien hay ciertas manifestaciones comunes que afectan a varias áreas del desarrollo relativas a las habilidades de interacción social, comunicativas, lingüísticas, de juego y del desarrollo de actividades e intereses, lo cierto es que no se puede generalizar.
La invitación, entonces, es a evitar las clasificaciones partiendo de la base de que las personas con autismo son iguales a todas, con habilidades diferentes en algunos casos, que se deben a sus procesos individuales de socialización y educación. Estas diferencias, sin duda, vienen a enriquecer las interacciones con sus entornos, entregando otras miradas complementarias. Como señaló Temple Grandin en su último paso por Chile “el mundo necesita todo tipo de mentes”.
Carola Rubia
Directora ejecutiva
Fundación Descúbreme