* Maximiliano Echeverría Del Canto
Las empresas privadas tienen un impacto público que hoy es una gran oportunidad para generar valor para todos sus grupos de interés. Ese objetivo requiere de proyectos concretos que permitan gestionar quiénes y dónde formarán parte del diseño de una organización moderna.
Si el conocimiento más profundo es la experiencia, les contaré una pregunta que me hizo un gerente en un ascensor, ¿cómo van tus temas? Antes de escuchar mi respuesta, me dijo, “para hacer cambios necesitas tres cosas: responsable, indicadores y presupuesto”.
Hoy las empresas están frente a una oportunidad excepcional de gestionar la inclusión como una iniciativa más que impacte en su cuenta de resultados financieros, pero ¿cómo abordarlo? Mirémoslo como un proyecto.
Esta columna la planteo desde ese enfoque, al igual que en nuestras vidas personales, conversamos sobre muchos temas, lo que nos gustaría hacer, lo que quisiéramos cambiar pero, finalmente, terminamos haciendo lo que priorizamos. En el caso de una empresa no es diferente y el foco estará puesto en aquellas iniciativas que cuenten con alguien que responda; con un número por el que medirlo y con un presupuesto asignado, recurso que lo vinculará a un superior que lo tendrá que rendir posteriormente.
Lo primero es tener claro por qué y para qué hacerlo. Hoy una empresa privada tiene un impacto público y, en ese contexto, estamos frente a una constatación innegable: todas las personas de una sociedad somos diferentes. Ante esa realidad, podemos establecer de qué forma estos distintos orígenes, experiencias y perspectivas están presentes en el diseño de una organización para, finalmente, generar más valor a sus grupos de interés, que obviamente incluye al accionista. En un escenario altamente competitivo, dejar mercados sin los productos y servicios es un lujo que ninguna empresa se permitiría, lo mismo que talentos sentados en sus casas en vez de estar aportando a la empresa.
En segundo lugar es necesario definir a quién vamos a incluir, así también como la precisión de dónde lo haremos. Habitualmente la inclusión responde a aquellos colectivos que logran un espacio en la agenda pública. En el caso chileno, podemos mencionar a las personas con discapacidad, género (mujer y orientación) y pueblos originarios, pero con menos fuerza también podemos identificar a la inclusión de origen religioso, creencias, idiomas, edad, nacionalidad, educación, personalidad, capacidades y diferentes estilos (de aprendizaje, trabajo y pensamiento). El lugar donde realizaremos la inclusión también requiere de precisiones respecto a en qué área la efectuaremos: en el ámbito laboral, como clientes, como proveedores, accionistas, etc., por ejemplo, ¿alguien ha pensado en una memoria financiera en lenguaje Braille o una tienda en que alguien maneje la lengua de señas?
Si la empresa decide abordar seriamente la inclusión, en mi opinión necesita de un responsable transversal, que pueda incidir en varias áreas de la organización tales como clientes o recursos humanos.
Como no se puede hacer todo de una sola vez, la construcción de espacios de diálogo le permitirá a la empresas priorizar a quién incluir y dónde. Las compañías tienen contextos, trayectorias y lógicas distintas que la obligan a sentarse con sus grupos de interés más relevantes para conocer quiénes son, cuáles son sus inquietudes y así poder responderles e incorporar sus miradas en la organización.
Desde el punto de vista de la Responsabilidad Social Empresarial, enfoque de gestión ligado al corazón del negocio y no a la filantropía, podemos encontrar indicadores concretos para identificar las brechas y, con esa información, establecer planes de trabajo para aprovechar las oportunidades y reducir los riesgos propios de la inclusión. Para cerrar esas brechas, el responsable designado deberá reportar los indicadores definidos, tanto a sus superiores, como a los grupos de interés con quienes se comprometió la empresa, además de responder al presupuesto asignado para esos fines.
Finalmente, puede que no sea políticamente correcto, pero los cambios requieren recursos y un proyecto que no cuenta con un presupuesto es muy difícil que se implemente. Si son recursos humanos o económicos dependerá de la priorización que se haga de los temas y de la brecha identificada, pero un presupuesto significa que a alguien le importa y que también alguien tendrá que responder.
Evidentemente este camino no es el único, pero sí es una propuesta que iguala la inclusión a la altura de cualquier otro proyecto. En esa línea, la inclusión debe buscar incidir en variables como los ingresos, la productividad, la gestión del talento, etc. El radar del responsable, indicador y presupuesto nos permitirá identificar cuando la inclusión no se esté abordando como parte del negocio.
*Maximiliano Echeverría Del Canto
Periodista, magister en Responsabilidad Social Empresarial